Bajo el abrigo de aquella oscura noche de verano tu me tapaste los ojos con una suave cinta de seda. Me cogiste de la mano jurándome no soltarme jamás. Y sin previo aviso comenzamos a correr atravesando la fresca hierva que acariciaba mis pies descalzos. De repente te paraste me pediste que me tumbara en una manta que habías preparado para este momento. En el instante en que los dos estábamos en el suelo me quitaste con delicadeza esa delgada cinta que me interrumpía para ver la luna mas grande de todo el verano. Estuvimos allí sin decir nada, contemplando el precioso espectáculo mientras nuestras manos se unían lentamente en la penumbra. Entonces me miraste, te miré, sonrisas despreocupadas describiendo una felicidad mutua, compartida. Entonces me explicaste todo, me dijiste que todos los días en que no estuviésemos juntos miraríamos esa misma luna que nos había echo pasar la noche mas preciosa de todo el verano.Y sentiríamos que aún estábamos unidos.
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